Ella lloraba desconsolada.
Cara ahogada en la almohada,
alma vertida en el parqué.
Y antes de sucumbir a los caprichos de Iquelo
(arrullada por el bullicio inherente al sufrir)
una conclusión rozó la superficie de su difuminada consciencia:
Nadie dijo que “el amor de tu vida” sería para toda la vida…
Sin duda es algo evidente, pero lo transitorio es una condición inherente a la vida.
ResponderEliminarAlejo
¿Podríamos vivir de otra forma?
ResponderEliminarQuise ir a tu blog y me dice blogger que ya no existe