Ella lloraba desconsolada.
Cara ahogada en la almohada,
alma vertida en el parqué.
Y antes de sucumbir a los caprichos de Iquelo
(arrullada por el bullicio inherente al sufrir)
una conclusión rozó la superficie de su difuminada consciencia:
Nadie dijo que “el amor de tu vida” sería para toda la vida…